Los Papalagi viven como
los crustáceos, en sus casas de hormigón. Viven entre las piedras, del mismo
modo que un ciempiés; viven dentro de las grietas de la lava. Hay piedras sobre
él, alrededor de él y bajo él. Su cabaña parece una canasta de piedra. Una canasta
con agujeros y dividida en cubículos.
Sólo por un punto puedes
entrar y abandonar estas moradas. Los Papalagi llaman a este punto la entrada
cuando se usa para entrar en la cabaña y la salida cuando se deja, aunque es el
mismo y único punto. Atada a este punto hay un ala de madera enorme’ que uno
debe empujar fuertemente hacia un lado para poder entrar. Pero esto es sólo el
principio; muchas alas de madera tienen que ser empujadas antes de encontrar la
que verdaderamente da al interior de la choza.
En la mayoría de estas cabañas vive más gente que en un poblado entero de
Samoa. Por consiguiente, cuando devuelves a alguien la visita, debes saber el
nombre exacto de la aigal que quieres ver, ya que cada aiga (1) tiene su parte
propia en la canasta de piedra para vivir: la superior o la inferior, la
central o la de la derecha, la izquierda o la de enfrente. A menudo, un aiga no
sabe nada de la otra aiga, aunque sólo estén separadas por una pared de piedra
y no por Manono, Apolina o Sauaii (2).
Generalmente, apenas conocen los nombres de los otros y cuando se encuentran en el agujero por el que pasan furtivamente, se saludan con un corto movimiento de la cabeza o gruñen como insectos hostiles, como si estuvieran enfadados por vivir tan cerca.
Generalmente, apenas conocen los nombres de los otros y cuando se encuentran en el agujero por el que pasan furtivamente, se saludan con un corto movimiento de la cabeza o gruñen como insectos hostiles, como si estuvieran enfadados por vivir tan cerca.
Cuando un aiga vive en
la parte más alta de todo, justo debajo del tejado de la choza, el que quiera
visitarlos debe escalar muchas ramas que conducen arriba, en círculo o en
zig-zag, hasta que se llega a un sitio donde el nombre de la aiga está escrito
en la pared. Entonces, ve delante de sus ojos una elegante imitación de una
glándula pectoral femenina, que cuando la aprieta emite un grito que llama a la
aiga. La oiga mira por un pequeño atisbadero para ver si es un enemigo el que
ha tocado la glándula; en ese caso, no abrirá. Pero si ve a un amigo, desata el
ala de madera y abre de un tirón. Así el invitado puede entrar en la verdadera
cabaña a través de la abertura.
Incluso esta cabaña está
dividida por paredes de piedra en pequeños cubículos. Para pasar de una parte a
otra, entras en cubículos cada vez más pequeños. Cada cubículo, llamado
habitación por los Papalagi, tiene un agujero en la pared, y los mayores a
veces tienen dos o tres para dejar pasar la luz. Estos agujeros están tapados
con una pieza de vidrio que puede ser movida cuando ha de entrar aire fresco en
la habitación, lo cual es muy necesario. Hay también muchos cubículos sin
agujeros para la luz y el aire.
La gente como nosotros
se sofocaría rápidamente en canastas como éstas, porque no hay nunca una brisa
fresca como en una choza samoana. Los humos de las chozas-cocina tampoco pueden
salir. La mayor parte del tiempo el aire que viene de afuera no es mucho mejor.
Es difícil entender que la gente sobreviva en estas circunstancias, que no se
conviertan por deseo en pájaros, les crezcan las alas y vuelen para buscar el
sol y el aire fresco. Pero los Papalagi son muy aficionados a sus canastas de
piedra y ni siquiera sienten lo malas que son.
Es
una dinámica que nos hicieron los profes del C.R.I.E, la cual consiste
en leer un cuento y mientras el profesor le lee nosotros dibujamos lo que
nos transmitía la historia.
Mi dibujo fue hacer una
especia de seres entre rocas, que vivían como en guaridas extrañas,
todo muy fantástico, según contaba la historia, y el de
mi compañero Oscar fue parecido.
Reflexión:
Resulta que los papalagi
somos lo humanos, y si se vuelve a leer la historia otra vez,
todo concuerda, con esta dinámica lo que se intenta explicar son
los prejuicios que tenemos en la sociedad, ponemos etiquetas a las personas
y a las cosas sin ni si quiera pararnos a pensar en que podemos estar
equivocados.
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